
A partir de hoy ese engendro de la política llamado George W. Bush comienza a contar hacia atrás rumbo a su jubilación: en enero ya será historia. Antes se fueron el inglés (Blair) y el español (Aznar). Los tres --especialmente el que tiene bigote-- soñaron con pasar la historia en la tercera gran fotografía de estadistas jamás tomada (Yalta --Churchill, Roosevelt y Stalin-- y Postdam --Churchill, Truman y Stalin--, podrían ser las otras dos), pero no lograron sino provocar un sentimiento de vergüenza ajena generalizado que dio la vuelta al planeta y aún hoy perdura.
Su decisión de atacar Irak ya figura en los libros (decentes) como una de las más erróneas, deleznables y nauseabundas jamás tomada por dirigentes políticos. Ahora que empezamos a soñar con que este monstruo va a desaparecer de la escena, es muy complicado pensar en George W. Bush y no caer en la tentación de dedicarle todos y cada uno de los insultos que se hayan proferido siempre. La ira que provoca su figura nubla la razón y no deja sitio a los argumentos.
Por ello dejo de hablar de él para echar mano de la inolvidable frase con la que el tonetti del bigote justificó el año pasado su presencia en las Azores; una frase que también es nauseabunda pero tienen un punto de divertida: "Todo el mundo pensaba que en Irak había armas de destrucción masiva, y no había armas de destrucción masiva. Eso lo sabe todo el mundo, y yo también lo sé... ahora. Tengo el problema de no haber sido tan listo de haberlo sabido antes, pero es que cuando yo no lo sabía... nadie lo sabía". Pozuelo de Alarcón. Año 2007. José María Aznar dixit.
C. M.