11 de febrero de 2009

La obra de Juan Alberto

En pleno debate social sobre la auténtica laicidad del Estado, cuando cada vez somos más los que miramos de reojo a la cúpula de la Iglesia de este país, por su imperturbable empeño en manejar cuotas de poder propias de un pasado ya cada vez más lejano, llega el alcalde de Zaragoza, azotado al parecer por unas revelaciones divinas, y decide de golpe y porrazo dar el nombre de San Josemaría Escrivá de Balaguer a una céntrica calle zaragozana, concretamente a la actual General Sueiro. La decisión provoca sospechas, la mires por donde la mires. El supuestamente socialista Juan Alberto Belloch no sólo no se ha ladeado con ello hacia la parte religiosa de la sociedad, repito, en un momento donde los conceptos laicos ganan cada vez más sitio, sino que para colmo se ha echado en brazos de la vertiente ultracatólica, ese territorio guardado por los que se creen las fuerzas especiales del catolicismo, la élite de Dios.

El alcalde de Zaragoza se declarado siempre católico e incluso en las primeras entrevistas que concedió al llegar a la ciudad, cuando se le acusó de ser un paracaidista rebotado por el felipismo tras haber sido biministro en una etapa de la historia de España que mejor olvidamos ahora, se proclamó ferviente devoto de la Virgen del Pilar, a la que al parecer visitaba cada mañana. Por supuesto, Belloch tiene derecho a ponerle velas a quien quiera y a rezar en soledad o en compañía, pero lo que es impresentable es que mezcle su espiritualidad y sus místicos impulsos personales con la forma de gobernar. Un supuesto alcalde progresista, al que se le deberían atribuir valores de la izquierda y decisiones relativamente modernas, parece imbuido por los peores tics de la vieja derecha, la de los caciques totalitarios que siempre presumían de estar rodeados de las fuerzas vivas de la sociedad, entre ellas, cómo no, las fuerzas con sotana, casulla, fajín morado y enorme anillo. A veces pienso que a falta de una clase política de derechas mínimamente decente en Zaragoza y Aragón, Belloch ha decidido ser al mismo tiempo alcalde y jefe de la oposición, tomando decisiones de un y otro color para entretenerse.

Pero como creo que las cosas no suceden por casualidad, y menos por que así se le haya ocurrido al mesiánico Belloch, sospecho que en la decisión de poner una calle a Escrivá de Balaguer se habrá fraguado en las catacumbas de la Obra, allí donde se decidió por ejemplo que a este señor se le hiciera santo por la vía más rápida posible, saltándose a la torera cientos de años de tradición vaticana. Las cosas nunca son lo que parecen y no me extrañaría que el alcalde esté pagando algún favor ya concedido o alguno a punto de concederse. Los tentáculos y el poder de la Obra son ilimitados, y el devoto Juan Alberto, un alma caritativa que sólo quiere hacer una buena obra en su ciudad, evidentemente. Amén.

C. M.