Es cierto que en la eliminatoria anterior con el Feyenoord estuvieron también muy cerca de ese estado colectivo del que hablo: un compromiso con su profesión, la historia de cada uno de ellos y la historia del club. Que yo haya visto en persona, en exclusiva lista se podrían incluir también otros dos partidos: el histórico 6-3 al Barça y la semifinal de Copa con el Valencia del 94 en La Romareda (impresionante Paco Higuera).
Eso sí, el del Chelsea fue superior a todos. Creo honestamente que el Zaragoza aquel día en La Romareda hubiera ganado a cualquier equipo del mundo e incluso a cualquier equipo de la historia del fútbol. Metieron tres goles. Pudieron ser menos y también más, pero mi argumento no pasa por los goles ni por el buen juego ni por la pizarra de Víctor Fernández (éste, para otro día) ni por ningún otro concepto técnico-táctico. Yo hablo de que tanto equipo como afición supieron reunir en el mismo espacio y tiempo el mismo objetivo: ganar y por cuantos más goles, mejor. Fue la ceremonia del sacrificio total por una misma causa común. Eso es lo que me llegó al alma.
He ido mucho a La Romareda, pero nunca me he sentido especialmente zaragocista, y es precisamente desde la distancia que siempre he mantenido con el zaragocismo desde donde opino. Aquel día en La Romareda sentí admiración, comprensión, respeto por el club, su gente y su historia. Reconozco que sentí hasta celos, quizá envidia y que incluso me picó el veneno blanquiazul. Para bien o para mal ese veneno se diluyó pronto y el paso del tiempo no ha hecho sino ponerme en las antípodas de este club. Pero bueno, la degradación del Real Zaragoza y todo lo que siento e incluso no siento por él es otro tema distinto.
Pese a que la del Chelsea se trató de una misión colectiva, no puedo dejar de destacar un figura en particular: Juan Eduardo Esnaider. Metió dos de los goles en el que probablemente haya sido el mejor partido de su carrera y se consagró ante mis ojos como un ser indestructible en ese momento. Su ansiedad --tenía tanta energía aquel día que en vez de ganar el partido hubiera sido capaz de subir al Everest de un tirón-- fue para mí la demostración de que para lograr algo lo primero que hay que hacer es dejarse en el empeño absolutamente todo (es eso lo que ahora veo en Raúl, Nadal o en otro tiempo en Induráin) y exprimir tus posibilidades al máximo (algo que no tiene que ver con exprimir posibilidades que crees tener y no tienes). Esnaider tenía aquel día en la mirada ese plus que he admirado toda la vida, dentro y fuera del deporte, en distintas personas. En realidad, todo el equipo y probablemente todos los aficionados tenían aquel día ese plus en la mirada.
PD: Enlazo aquí la anécdota del peace and love de aquel partido por si alguien no la conoce.
PD II: Angelillo propuso el 'partido que nos haya llegado al alma' y he elegido este, pero tengo que reconocer que ha habido otros muchos que me han tocado el corazón de verdad y que tienen sus particulares historias que no cuento por no convertir esta entrada en un libro. Pongo cinco ejemplos rápidos:
Honduras-Irlanda (1982): Fue la única vez en mi vida que fui al fútbol con mi padre. Yo era muy joven, a él no le gustaba nada el fútbol y además la economía en casa no era la mejor, precisamente. Sé que hizo un gran esfuerzo personal y económico para que yo al menos viviera un partido de un Mundial en La Romareda.
España-Malta (1983). Evidente, aunque algún día contaré la intrahistoria que me contaron a mí sobre lo ocurrido el día anterior con los jugadores malteses y sus mujeres.
Real Madrid-Juventus (1998): La séptima del Madrid y mi primera. Nada que añadir.
Barcelona-Real Madrid (1999): Yo era el único tipo que gritaba como un energúmeno en la grada cuando Raúl hizo callar al Camp Nou.
Real Madrid-Valencia (2000). La final de la Copa de Europa que no pude ver en directo.