10 de febrero de 2009

¿Campeón del mundo u objeto de deseo?

Le falta algo. Si arrastráramos con el ratón el nombre de Fernando Alonso a una carpeta en la que estuvieran juntos por ejemplo Miguel Induráin (el campeón humilde), Carlos Sainz (el federer de las cuatro ruedas) o Rafa Nadal (el sueño español en estado puro) el ordenador no nos lo permitiría. Petaría. Esta es una realidad para mí indiscutible que se puede contar a través de miles de comparaciones y ejemplos distintos; la cuestión es por qué. A estas alturas ya no es una novedad llegar a la conclusión de que este chico no transmite. Le falta carisma, encanto, chispa. Algo. Es más, existe la sensación generalizada de que es un poco borde.

Otra cosa es que en un momento dado echemos mano del orgullo patrio y recordemos por encima de todo sus dos títulos mundiales y su indiscutible talento para conducir. Pero yo no hablo sólo de éxitos deportivos, sino de ese plus que sí han tenido y tienen otros números uno. Creo que un campeón no es sólo aquel que supera a los demás en una especialidad y ya está, por eso insisto en ese algo más que el asturiano precisamente no tiene.
Desde que se fue Michael Schumacher, Fernando Alonso es probablemente el mejor piloto de la parrilla --sólo Hamilton me hace dudar--, pero sus principales virtudes las deja en el asiento cada vez que baja del coche.
Hay sin duda muchas razones que pueden justificar o esclarecer los motivos de esa falta de química del piloto, pero a mí me llama la atención especialmente una: el flaco favor que le ha hecho el periodista Antonio Lobato. El proceso de enamoramiento del hasta ahora calvo de Tele 5 y en adelante calvo de La Sexta al que hemos asistido con el paso de los años en vivo y en directo ha sido contraproducente. Una cosa es ofrecer la información con las dosis de parcialidad que obliga el hecho de que Alonso sea español, y otra llenar de babas las pantallas en todas y cada una de las retransmisiones. Ha embadurnado de tanta falsa perfección la figura del piloto que lejos de convertirlo en el ídolo que él quería --o con el que él sueña-- ha provocado la reacción contraria en muchos aficionados a la fórmula 1.
Cuanto más trata Lobato de acercar a Alonso a la gente por el camino irreal que él mismo se ha inventado más borde parece el otro. Parte de la culpa la tiene el propio Alonso, por permitir que la proyección de su imagen esté en manos casi en propiedad de este periodista, ya sea por razones mercantiles (contratos televisivos multimillonarios en exclusiva) o por que le importa muy poco el resultado final --algo de lo que estoy convencido--.
Una cosa es ser campeón del mundo, otra acumulador de títulos, otra un mito, otra una referencia en tu país y otra la obsesión por no decir el oscuro y exclusivo objeto de deseo de un periodista de corto recorrido. Fernando Alonso deberá decidir cómo quiere pasar a la historia.

C. M.