
Por no discutir, viendo que lo de mi madre no lo aceptaba, le he dicho a la dependienta que sería mi tía, una mujer muy autónoma que tiene dinero y capacidad para endeudarse, la que se haría cargo. Ante la nueva negativa, he echado mano de un recurso incontestable: "Señorita --le he dicho-- no se si sabe usted quién es mi casera, pero ella se encargará de todo. Y yo ya arreglaré luego cuentas con ella". Y nada. Desesperado, he llamado a mi novia para decirle que lo mejor será vender un abrigo que tiene ella y con lo que nos den, pagar la cazadora. Mi novia ha dicho que ya hablaremos... Que tendremos que pactar.
No sé si al final pasaré el invierno con la cazadora de siempre, lo que sí sé es que esto que acabo de escribir es un cuento, pero lo que nos cuentan un tipo llamado Juan Alberto Belloch y sus mariachis, no. Todo lo contrario.
Sin haber rendido cuentas de la primera Expo --ojo porque podría ser una factura de aúpa-- estos cuentistas ya se han metido en un proyecto desconocido que casualmente necesita de suelo y plusvalías y que de momento dicen que puede costar 180 millones de euros. Lo peor es que durante días nos vendieron la moto de que mamá-Madrid estaría ahí cuando sabían de primera mano --y mantuvieron oculto-- que Madrid había dicho que nones, que ya no cuela. Y la tía-DGA, ya veremos.
Así, pobrecillos, se ven obligados a decirnos ahora que la "única vía" para pagar la Exponabo es la fórmula de los convenios urbanísticos. Atentos a estas dos palabras porque juntas y en manos de este grupo de jetas pueden ser una bomba y un recochineo. Ellos la chupa ya la tienen en casa. A ver cómo la pagan.
C. M.