
Roberto Gómez es de la vieja escuela. Pertenece a ese periodismo anclado en la primera persona, en el que la palabra que más veces se repite es 'yo' y la segunda es "mi" (Mis balonazos, Mi verdad, Tras el humo de mi pipa, como ejemplos). Ese periodismo de mesa y mantel , copa y puro --e incluso Pura, si ese día trabaja--, que tanto daño ha hecho a esa profesión, de esos que construyen un artículo en base a una llamada personal. En plan "y entonces yo le dije...", y " entonces él me dijo..." (ver Marca de 8 de agosto, por ejemplo) En fin, donde te cuenta que el presidente, don Ramón, ha ido a los toros a ver a José Tomás y a Talavante y después ha cenado aquí o allá, restaurantes regidos por este o aquel (que mañana me darán de comer a mí, probablemente por la cara).
Roberto, una referencia en aquellos gloriosos años de Supergarcía, es hoy un es-tó-ma-go-a-gra-de-ci-do que solo vive para contar sus miserias junto a Capello cada vez que éste viene a España a comer jamón. Si el abate Faria estuviera despierto haría la pregunta que se hace todo el mundo en España: ¿Qué hacen Roberto Gómez y Santiago Segurola escribiendo en el mismo periódico? Respuesta: esto es de locos.
Conde de Montecristo